Uno, Dos, Tres...

En plena soltería, vivimos para nuestros planes y proyectos individuales, en función de nuestras metas personales, laborales y profesionales.

Cuando formamos pareja, necesariamente dejamos parte o gran parte o casi todo de nuestra individualidad, para empezar a pensar de a dos, en función de un proyecto en común.

Pero cuando llega el primer hijo, se trastocan todos los planes anteriores, y a partir de allí nuestra vida gira en torno a, para y por los hijos.

Con el tiempo nos damos cuenta de que la más maravillosa tarea que podemos realizar como seres humanos, son nuestros hijos, si sabemos dedicarles lo mejor de nosotros mismos.

Si cumplimos cabalmente nuestra labor de padres, formándolos en cuerpo y mente, en valores y sentimientos, educándolos con la impronta familiar que heredamos de nuestros padres, habremos tenido la maravillosa posibilidad de burlar a nuestra propia muerte.