7.3.06

Mami

Un colibrí zumbando entre las ramas del ciprés. La galería llena del polvo dorado del atardecer. Tus manos en el apoyabrazos del sillón. Tus ojos verdes entrecerrados mirando la lejanía (como preferiste hacerlo todo el fin de semana). Tus pasos en baile vacilante. Eso es lo penúltimo de tu vida, de nuestras vidas en común. “Estoy un poco aburrida”, dijiste para siempre. Un rato antes te habías reído a carcajadas por una desacrobacia que hicimos con el Manuel, recién vueltos del baño en el canal.
Dónde habré guardado el resto de las imágenes. Esa condensación imposible de tus gestos postreros, indagar en la memoria qué podías saber de lo que vendría un rato después, cuando vino el tiempo letal. Para mi es importante, ¿entendés? Si previste tu muerte en ese momento, al menos lo podría tomar como una ofrenda, el más grande presente de una madre a un hijo. El decir en silencio: tu vida, Poli, sigue. De otro modo, cuánta vanidad, cuánta la soberbia de la muerte.
La nuestra no fue una relación fácil, vaya a saber que nos unía más allá de la sangre, vaya a saber qué nos separaba. Sólo quiero hablar de tus manos acariciándome, del peso de tu cuerpo apoyado en mi brazo mientras te acompañaba en las veredas del barrio a tu paso inconcebiblemente lento. Cuando yo descansaba un rato de mis huidas para acompañarte, para acceder a llevarte a ver fotos del nieto que no llegaste a conocer o para oírte las eternas historias menores en que los vecinos rozaban los buenos pecados, los abuelos ebrios enderezaban paredes torcidas con solo verlas, Papá se bañaba desnudo en un río para seducirte con su fuerza física en el primer fin de semana juntos. Esas cosas que olían a milanesas.
Curiosamente no tengo recuerdos de otros cumpleaños tuyos. Siempre estuviste en la sombra, ese lugar omnisciente donde la dulzura, el temor y la prudencia fundaron tu poder amoroso.
Hoy no estás, Mamá, yo no sé si estoy peor que antes de verte morir. Como siempre, todo me parece elusivo, vano, distante. Sólo que ahora se me caen las lágrimas. Esas que no pudiste verter la última tarde mientras la muerte te arrancaba el aire entre mis brazos, para dejarme tu imagen.
Ya no sos más la niña jugando en las sierras, la chica humilde que se deslomaba para sobrevivir, la militante de un posible mundo mejor, la jardinera que lidiaba con las hormigas y las heladas, la confitera de las recetas desiguales del budín inglés y el dulce al sol, la limpiadora del medio, la que escuchaba preocupada de mis amores (“¿ya te vas a recorrer el espinel?”).
Donde no estás el mundo es más amargo. Todavía no vuelvo a la casa. Tengo un poco de miedo. Agazapados están tus restos: el olor en la ropa, algunos lentes, un tejido empezado, el jardín desnortado, las hormigas, la familia que ya no te puede esperar y que todavía te espera, tus amigas, en aires tan solitarios, las vecinas que hunden sus ojos en el verano con la charla en suspenso...
No se a quien le escribo. Tal vez al Manuel, un poco más roto que yo desde aquella tarde. Tal vez a mí mismo, un poco más viejo. Pero bueno, vos sabias que yo escribo lo que puedo. Te extraño. Ya sin tu voz, para siempre.
Poli Sáez

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Capo Poli!!!, muy emocionante... Ese 'ya no sos mas...' es muy fuerte.
Un Abrazo

Martin

Anónimo dijo...

Me has conmovido. Todavía tengo a mi mamá, aunque ya está muy viejecita y no dejo de pensar que cualquier día...

Anónimo dijo...

Muy bello lo que has escrito para tu mamá, es lo que me hubiera gustado escribir para la mía. Un beso.

Anónimo dijo...

Muy bello lo que has escrito para tu mamá, es lo que me hubiera gustado escribir para la mía. Un beso.

Liliana Sáez dijo...

No sé si se puede comprender el dolor que debés sentir, pero yo a la Lola la quería a pesar de no verla casi nunca... Era una presencia ausente, ahora es una ausencia presente...
Te quiero, Poli, y te abrazo... A vos y a Manuel