La búsqueda del lucro hace que los medios de comunicación aprovechen el interés que despierta el futbol para hacer su propio negocio. Torneo de acá, Campeonato de allá, Copa del otro lado...
No hay día en que no aparezca un nuevo "espectáculo" deportivo. Nuestros jugadores son muy buenos jugando al futbol. Pero el exitismo alentado por los medios nos hace perder la perspectiva, para hacernos creer que nuestros equipos son los mejores.
Millones de personas proyectan en esos equipos su propia identidad, al punto de decirse siempre, como algo natural "nosotros" jugamos contra tal , "nosotros" le ganamos a cual, como si cada argentino estuviera realmente en el campo de juego defendiendo los colores que no defendemos donde deberíamos: en el ámbito de lo cotidiano, siendo verdaderos patriotas y controlando a los que hemos votado para que nos gobiernen.
Millones de personas proyectan en esos equipos su propia identidad, al punto de decirse siempre, como algo natural "nosotros" jugamos contra tal , "nosotros" le ganamos a cual, como si cada argentino estuviera realmente en el campo de juego defendiendo los colores que no defendemos donde deberíamos: en el ámbito de lo cotidiano, siendo verdaderos patriotas y controlando a los que hemos votado para que nos gobiernen.
La frustración por la falta de logros personales, hace que millones de personas se sientan exitosas, al asociarse al triunfo de su equipo, como si cada uno fuera el que atajó el penal o metió el gol que llevó al triunfo.
La patología instalada llega al extremo, con el tema de la rivalidad deportiva, que ahora se ha transformado en un odio tan enfermizo como tantas otras manifestaciones de incultura que forman parte de la estúpida liturgia que gira en torno a los encuentros deportivos.
Y en esta tergiversación de la realidad, hay gradaciones. Del mismo modo que una cosa es la personalidad, otra la neurosis y otra muy distinta, la psicosis, una cosa es el simpatizante, otra el hincha, y otra muy distinta, el fanático.
Las agresiones a los micros de los mexicanos de Chivas y de los brasileiros de São Paulo, los cascotazos a la hinchada contraria y escupitajos de impotencia a los jugadores contrarios, emparentan esta vez en la mediocridad, a los dos clubes emblemáticos argentinos surgidos en el barrio de la Boca, y ahora enfermizamente enemigos, en una violenta rivalidad que no admite justificación alguna en el campo de lo racional.